Actualmente podemos afirmar que se está dando en la sociedad occidental un creciente interés por la vida afectiva y su educación.
Por un lado, están surgiendo voces de alarma y de perplejidad ante las contradicciones de nuestra cultura. Mientras que la prosperidad económica, el nivel educativo y técnico van aumentando, crecen ciertas disfunciones sociales y se extiende la insatisfacción y el sentimiento de fracaso (MARINA, 1997). La demanda de una vida más satisfactoria está poniendo de relieve las dificultades que tenemos para resolver problemas que inciden seriamente en nuestra afectividad, nuestra vida de convivencia y nuestro bienestar personal.
De otro lado; en los últimos años desde diferentes enfoques se están llevando a cabo diversas investigaciones de la dimensión emocional y están apareciendo publicaciones divulgativas de muy desigual valor científico y educativo. A principios de los años noventa, el psicólogo de Vale, Peter Salovey, y su colega John Mayer, de la Universidad de New Hampshire, acuñaron el término inteligencia emocional para referirse a la inteligencia interpersonal e intrapersonal, es decir, al conocimiento y comprensión de las propias emociones y de las ajenas. El tema de estas investigaciones despertó la atención mundial gracias al psicólogo Daniel Goleman, que con su libro Inteligencia Emocional (1997) consigue convertirse en un betseller en el mundo occidental.
Ahora bien la adolescencia (12-19 años) es una etapa de transición vital en la que el sujeto ve afectado el sentido del yo, en relación a sí mismo y a los demás; una etapa de desarrollo que demanda un esfuerzo por parte del individuo -fundamentalmente de reestructuración vital- y una etapa de reajuste emocional en la que puede intervenirse con el objetivo de aminorar el grado de estrés y de vulnerabilidad.
El adolescente dispone de un conjunto de recursos personales con los que se enfrenta a los acontecimientos, entre los que se destacan los recursos psicológicos, tales como las habilidades cognitivas y emocionales para recibir, codificar, elaborar y emitir información y la socialización anticipadora del suceso.
Sin embargo, muchos de estos recursos psicológicos y sociales, necesarios para afrontar una transición vital como la de la adolescencia, no forman parte de la educación que recibe el individuo en nuestro actual sistema educativo.
Múltiples y desiguales propuestas están emergiendo en el mundo educativo, sobre todo a niveles infantiles, por llevar a cabo una educación afectiva de los alumnos/as. Pero en la fase de la adolescencia y de la juventud está faltando una aproximación teórica que fundamente propuestas educativas que enriquezcan la intervención de tantos educadores y educadoras.
¿ Cómo se puede educar en la madurez emocional a los adolescentes?
Cualquier programa de educación socioafectiva parte del presupuesto de que es posible enseñar al adolescente cómo afrontar constructivamente la dificultad que puede encontrar en la vida cotidiana.
Sería un error grave considerar la educación socioafectiva como un proceso enfocado a modelar las emociones del adolescente según esquemas impuestos por el adulto. Se trata más bien de un proceso de aprendizaje que lleva a la autorregulación de las propias emociones. El adolescente mantendrá su emotividad; en lugar de ser sometido, aprenderá a dominarla y así podrá optimizar el propio bienestar psíquico incluso en las circunstancias menos favorables.
Por lo tanto, se pretendería fomentar en los adolescentes y jóvenes ciertas capacidades que les ayude a esa maduración emocional, a saber:
- Fomentar la capidad de estar en contacto con la propia vida emocional
- Favorecer el saber identificar y diferenciar nuestros sentimientos y emociones
- Posibilitar la aceptación de cualquier sentimiento como natural y válido.
- Ayudar a afirmarse en el propio yo
- Permitirse vivir y expresar sentimientos y emociones diversas
Decir, finalmente, que al igual que la suma de conocimientos nos ayuda al desarrollo de la inteligencia humana, el control de nuestras emociones también nos capacita para adaptarnos a una sociedad en continúa y rápida evolución.
Cuánta verdad hay en tu artículo Antonia. Sin el control de las emociones, la gran mayoría de todos nosotros somos como barcos a la deriva en un mar revuelto, unas aguas más revueltas que otras, dependiendo de la situación personal de cada uno. Hay que empezar con este asunto desde muy pequeños, creo que es muy importante, para que el adolescente, llegado el momento, pueda encontrar esa maduración emocional sin tantas trabas.
ResponderEliminarUn saludo,